miércoles, 31 de diciembre de 2008

Los leprosos


La fotografía de esta mujer nos puede impresionar, con una pierna amputada, e igualmente varios dedos de las manos, y otras llagas propias de la lepra. En nuestro mundo occidental y desarrollado nos parece que eso de la lepra es cosa de siglos pasados, pero en África y otros muchos países pobres esa es una realidad ahí presente, y no completamente vencida. En la misión de Gobó, en el norte del Camerún donde trabajé me encontré con muchos leprosos, tanto en las aldeas como en la ciudad, hombres, mujeres, jóvenes, e incluso niños. En el dispensario de la misión el jueves estaba dedicado a curar a los leprosos. Había unas cincuenta personas que todos los jueves pasaban por el dispensario para su tratamiento. Recuerdo perfectamente a una joven madre leprosa, Pauline, que todos los domingos venía a la iglesia con su niña pequeña a la espalda, y cuando se acercaba a comulgar y extendía las manos, cogía la Sagrada Forma entre sus muñones, pues no tenía dedos, perdidos por la lepra. Pero, ¡con que fe participaba en la Eucaristía!, y, ¡qué bien cuidaba a su niña, lo limpia y aseada que la llevaba! Cuando leía el Evangelio y los relatos sobre Jesús me parecía estar mucho más cerca de Él entre los Museys, que en este mundo occidental, tan distinto y tan alejado de Dios.

miércoles, 24 de diciembre de 2008

La farmacia

En el dispensario de la misión de Gobó había también una farmacia, bastante bien abastecida, por cierto, cosa que no sucedía en otros centros médicos públicos, ni incluso en el hospital de Yagoua; por lo que resultaba casi inútil ir al hospital, pues el enfermo salía con la receta del médico en la mano pero sin los medicamentos adecuados para su enfermedad; si tenía dinero y suerte los podía encontrar en alguna tienda del mercado o de los que negociaban con los medicamentos, que a veces venían de contrabando desde Nigeria. Pero eso no sucedía en el dispensario de Gobó, pues las hermanas estaban muy atentas a que nunca faltasen los medicamentos más necesarios para los diferentes tratamientos médicos. Normalmente hacían el pedido a los laboratorios del sur del Camerún, de Douala o de la capital Yaoundé, pero otras veces llegaban desde Francia o desde el Canadá, enviados por bienhechores de la congregación o amigos que querían colaborar con el dispensario de la misión. En una amplia sala, bien aireada, y con unas simples estanterías de maderas hechas en la misión, estaban bien ordenados y clasificados, y se administraba a los enfermos, no por cajitas, sino por pastillas sueltas, según la necesidad de cada paciente.

lunes, 15 de diciembre de 2008

La maternidad

Al dispensario de la misión de Gobó acudían todos los días muchos enfermos para consulta, tratamiento médico, curar heridas, o en busca de medicamentos, pero también casi diariamente había algunas mujeres que iban para dar a luz. Era lo más hermoso del dispensario, la nueva vida que llegaba, aunque con dolores, e incluso alguna vez con fallecimiento por complicaciones en la hora del parto. Las jóvenes madres llegaban desde toda la región, e incluso desde el vecino Chad, pues pronto se dieron cuenta de las ventajas de una buena atención médica en la hora del parto por parte de las hermanas misioneras y de los enfermeros; mucho mejor que dar a luz en la choza de la aldea atendida sólo por las vecinas o matronas tradicionales. Como he comentado en otro blog anterior, en Gobó no teníamos un hospital, ni médicos, sólo un dispensario médico atendido por las misioneras canadienses, una sala del dispensario estaba dedicada para los partos. En pocos años de vida del dispensario se empezó a ver los buenos resultados, sobre todo en el descenso de fallecimientos de bebés, y en el crecimiento de la población. Gobó comenzó a crecer, pues muchas gentes de otras aldeas más pequeñas venían a instalarse allí para estar cerca de un centro de salud.


martes, 2 de diciembre de 2008

La consulta médica

En el dispensario de la misión de Gobó, además de las religiosas canadienses y de la enfermera francesa, trabajaban también otros enfermeros de la región que habían sido formados allí mismo por las misioneras. Además tenían que hacer de intérpretes, puesto que ni Lilianne, la enfermera francesa, ni las religiosas habían aprendido la lengua Musey, y por otra parte sólo un número muy reducido de personas hablaba el francés, la lengua oficial del Camerún. Todos los días había un grupo muy numeroso de personas que venían al dispensario para consultas médicas y tratamientos adecuados a su enfermedad. Sobre todo, mamás gestantes, o ya con sus bebés, que tenían que pasar consulta, tratar las diversas enfermedades, seguir los tratamientos de vacunación, ir a por las medicinas, sobre todo la nivaquina para la malaria, enfermedad endémica en la región y en gran parte de los países africanos. Algunas veces llegaban con niños desnutridos, con el vientre hinchado a causa de la carencia de alimentos, especialmente en la estación de lluvias, pues el mijo se acababa en los graneros y todavía no se había recolectado la nueva cosecha de mijo, el alimento base de la sabana africana. En el dispensario de la misión se trataba a toda la gente por igual, tanto a los cristianos, como a los musulmanes o a los paganos. Cosa que no sucedía en otras instancias de la administración pública, pues había un claro favoritismo por los musulmanes y como medio de presión a que los otros se hicieran también musulmanes.