miércoles, 30 de julio de 2008

Babá Simon Mpecke


Desde que llegué al Camerún, oí hablar varias veces de Babá Simón, el primer sacerdote camerunés originario del sur que fue al norte del país para evangelizar a los kirdis de las montañas de Mora. Kirdi es una palabra árabe utilizada por los musulmanes que quiere decir infiel, para referirse a todos los que no son musulmanes, pero que incluye a diferentes tribus del norte de Camerún. Yo no pude conocer a este gran hombre y santo misionero, pues falleció el día 13 de agosto de 1975, unas semanas antes de mi llegada al Camerún. Pero en enero de 1976 veía un reportaje hecho por la televisión francesa para su programa religioso dominical, del que saqué esta fotografía. Mpecke nació en 1906 en Edéa en el sur del país, hijo de padres agricultores no cristianos, asiste a la escuela de la misión católica y pide el bautismo. Será un padre espiritano el que lo bautiza el 14 de agosto de 1918, tomando como nombre Simón. Trabaja en la escuela de la misión y allí descubre su vocación para el sacerdocio. Será ordenado sacerdote el 8 de diciembre de 1935, siendo uno de los ocho primeros sacerdotes cameruneses que fueron ordenados aquel día, por el obispo espiritano monseñor Vogt.
Trabajó en el sur durante varios años, y fue párroco de New Bell en Duala. Pidió a su obispo que lo dejara ir como misionero entre los Kirdis del norte del país y en 1959 se convierte en el primer sacerdote camerunés que se desplaza a más de mil kilómetros para trabajar en el norte del Camerún, en el que aquel entonces sólo existía la diócesis de Garoua. Hoy son ya cuatro diócesis, regidas por obispos cameruneses, y con clero y religiosas nativos. Fue destinado a la misión de Tokomberé, donde trabajó los 16 últimos años de su vida como misionero. Un misionero querido por todos, tanto paganos, como musulmanes, y cristianos. Allí le dieron el nombre de Babá, que quiere decir papá, fue un auténtico padre para todos. Misionero de sotana blanca raída y de pies descalzos. Hombre humilde y sencillo. De una intensa vida de oración permanente. De un amor a Dios que lo reflejaba en un profundo amor a todas las gentes. Hombre que llevó la escuela a la gente de la montaña, que luchó contra la miseria y que tuvo siempre presente la promoción humana. Hombre de respeto a las tradiciones religiosas de las tribus de la montaña, que supo mantener vivo el diálogo interreligioso. Un santo misionero, ejemplo para los misioneros que eramos extranjeros, y ejemplo para los propios cameruneses. Hoy está en proceso de beatificación. Babá Simón, ruega a Dios por los kirdis del Camerún y por todos los misioneros que anuncian el Evangelio de Jesucristo.

lunes, 21 de julio de 2008

Una víbora en el camino




Cuando se habla de África muchas veces se piensa en los grandes animales salvajes, en los elefantes, jirafas, hipopótamos, rinocerontes, leones... y la gente lo primero que pregunta al volver a España es si me he encontrado alguna vez con algunos de esos animales salvajes; en verdad sí he visto varios de ellos, pero lo más común, y creo que los más peligrosos para los campesinos son la multitud de serpientes que hay en aquellas tierras cálidas, muchas de ellas mortales. Existen más de 2000 especies diferentes de serpientes; unas no son venenosas como las culebras o las boas, otras sí, como las víboras, crótalos, serpientes de cascabel, najas o diferentes tipos de cobras. Allí en Yagoua, como era una zona de estepa tropical, próxima a la región sub-sahariana, de clima muy caliente, había muchas víboras y cobras venenosas, algunas mortales como la bitis y la echis. Yo me encontré a lo largo de los seis años que estuve allí con varias de ellas en diferentes circunstancias y sitios, en los caminos, en el campo, dentro de casa, en la ducha, debajo de la cama, en el almacén, en el dispensario... pero gracias a Dios nunca fuí mordido por ninguna de ellas ni picado por ningún escorpión. Pero a menudo ví personas con grandes picaduras, sobre todo en las piernas, también en las manos, heridas que tardaban muchos días en cicatrizar, y como digo conocí a varios que murieron por causa del veneno de las serpientes. Más de una vez he pensado en las palabras de Jesús en el envío de los discípulos y de las señales que les acompañarán. "expulsarán demonios, hablarán en lenguas nuevas, tomarán serpientes en sus manos y aunque beban veneno no les hará daño; impondrán las manos sobre los enfermos y se pondrán bien" (Mc.16,17-18).

lunes, 14 de julio de 2008

Eucaristía en el corral

El P. Ignacio Vermesch, oblato de María Inmaculada, era el párroco de San Pablo, y aunque se dedicaba sobre todo a los fieles de lengua francesa; a los "sudistas" como le decían allí en Yagoua, y a las clases de religión en el liceo, sin embargo también visitaba los barrios massás de la ciudad y las aldeas de alrededor. Con él fui empezando a conocer la parroquia y sus diversas tareas pastorales. Esta escena que nos muestra la fotografía que tomé en un barrio de Yagoua, sería luego muy habitual para mí en diferentes aldeas africanas, incluso con menos medios, pues a veces ni siquiera tenían una simple mesa, y tuve que celebrar la Eucaristía sirviendome como altar la pequeña maleta en la que llevaba la patena, el cáliz y los ornamentos sagrados. Así en el corral del saré, entre las chozas de la familia que nos acogía, cerca de las vacas, con las cabras, perros y gallinas alrededor, pero con un grupo de cristianos y catecúmenos que nos rodeaban con mucha fe y deseosos de escuchar la palabra de Dios, y siempre con un fiel catequista que reunía a la comunidad, les enseñaba a rezar y les explicaba el catecismo, hacía las lecturas y traducía del francés a su propia lengua la homilía del sacerdote. ¡Qué grandísima labor la de los catequistas en África!
Años después, cuando ya estaba en España, vi que se publicaba esta foto del P. Ignacio entre los Massás, en los carteles de la campaña misionera de las OOMMPP; foto que fue tomada en aquellos días por unos reporteros de una agencia de prensa, y en la que aparece el P. Ignacio con su inseparable cachimba, y el mismo catequista que aparece en mi foto, visitando a un anciano massá en su saré.

martes, 8 de julio de 2008

Iglesia y capillas


A principios de enero de 1976 estaba de nuevo en la parroquia de Saint Paul de Yagoua. Pasados cuatro meses de mi llegada al Camerún, ya podía celebrar la Eucaristía en lengua Massá. La diócesis de Yagoua fue creada tres años antes, concretamente el 29 de enero de 1973. La ciudad de Yagoua podría tener unos treinta mil habitantes y existían dos parroquias, Santa Ana, la primera misión de Yagoua, que se convirtió en catedral; y San Pablo que se creó en esa época. La iglesia era de reciente construcción, y junto a ella estaban las casas de las misioneras Hijas del Espíritu Santo, y los edificios que constituían el obispado. A la parroquia de San Pablo le correspondía la mayor parte de la ciudad, a la que asistían los funcionarios que habían venido de otras regiones de Camerún; pero también varias aldeas cercanas a la ciudad.
En ninguna de las aldeas existían iglesias. Lo normal era hacer la catequesis, reuniones y celebraciones litúrgicas a la sombra de un gran árbol. En otras aldeas, los cristianos y catecúmenos habían construido un cobertizo para defenderse del tórrido sol africano, que utilzábamos como capilla, fabricado con los materiales propios de la sabana africana, es decir las altas yerbas trenzadas, que llamaban seko, y servía de pared, sostenido por troncos de árboles; y un techo de paja, que cuando llegaban las lluvias no servía de nada.
A la salida de Yagoua en la carretera hacia Bongor, los cristianos de esa aldea habían decidido construir una capilla mejor; las mujeres traían el agua con cubos, sacada del pozo, y los hombres mezclaban el barro con la paja seca, lo amasaban con los pies, lo pasaban por un molde de madera y lo dejaban secar al sol; así hacían miles de ladrillos de adobe, para tener su propia capilla.
Cuando la gente habla de las riquezas de las iglesias, me acuerdo yo de estas comunidades cristianas de las misiones, de su pobreza y sencillez, de sus esfuerzos y trabajos, y de las bellas celebraciones litúrgicas, vivas, alegres y llenas de fe.