En enero en el norte del Camerún estamos en plena estación seca, hace ya unos meses que no cae una gota de agua del cielo, la tierra está reseca y la yerba alta que durante la estación de lluvias creció hasta casi ocultar a una persona, ahora está seca, de un color amarillo tirando a rojo. Hay que preparar los campos para la próxima estación de lluvias y sembrar el mijo, los cacahuetes o el algodón. Por otra parte es el momento de la caza de animales para llevar a casa carne fresca con que alimentar a los hijos. Todo ello contribuye a prender fuego a la sabana. Pero el fuego se lleva por delante todo lo que está a su alcance, pues no hay manera de pararlo. Es impresionante ver por la noche la sabana ardiendo, a veces en un frente de varios kilómetros. La huida de los animales salvajes, y el acoso de los cazadores a los antílopes y otros tipos de cérvidos. Pero sobre todo es desolador el paisaje que queda una vez que ha pasado el fuego. No sólo se han quemado las yerbas sino también los grandes y pocos árboles de la sabana africana. Pero se espera la llegada de la próxima estación de lluvias, y con el agua del cielo brotará la nueva yerba verde, aunque muchos grandes árboles se habrán perdido para siempre.
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