En plena estación seca después de varios meses sin llover y con el termómetro por encima de los cuarenta grados centígrados, algún que otro domingo por la tarde aprovechábamos para acercarnos a la orilla del río Logón, que hace de frontera entre el Camerún y el Chad, a una treintena de kilómetros de Gobó, y darnos allí un baño, pero con ojos bien abiertos, pues era una zona en la que había hipopótamos. Con los meses de sequía, el nivel del río bajaba considerablemente, como se puede apreciar en las fotografías, y aparecían idílicas playas de arena, casi solitarias, a las que solo se acercaban los rebaños de vacas para abrevar, conducidas por los niños pastores que se ocupaban del ganado. Allí junto al río Logón unos campesinos massás habían hecho un pequeño huerto plantando tabaco, lugar ideal por el clima cálido de la estación seca, terreno arenoso y arcilloso, y tener relativamente cercana el agua del río, para regarlo todos los días. De ahí sacarían unas buenas hojas de tabaco que luego secarían y elaborarían para venderlo en el mercado local o para consumirlo entre todos los vecinos de la aldea de Bastepé a lo largo del año, sobre todo en los momentos de ocio bajo la sombra del baobab a las horas más caliente del día, o a la caída del sol, o en las reuniones al claro de luna contando las pequeñas historias del clan o transmitiendo los cuentos que sus antepasados les contaron y que ellos a su vez enseñaban a sus nietos, o en otros encuentros especiales como el duelo por ocasión de los funerales. ¡Cuánto trabajo para quedarse todo en humo!
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