Recuerdo de pequeño cuando en la catequesis me hablaron de las plagas de Egipto que Dios envió contra el Faraón para que dejara salir a Moisés con su pueblo Israel y fuera un pueblo libre, de la plaga de langostas que yo ni me la imaginaba, pues todos los veranos veía saltamontes o langostas por mi tierra extremeña, que a veces iba a cogerlos para darle comida a los cernícalos que teníamos en una jaula. Pero años después en el norte de Camerún supe lo que era una plaga de langostas del desierto, que aunque duraba sólo unos días suponía una gran devastación para la agricultura, los campos de cultivo y las cosechas; con las terribles consecuencias de la hambruna para una gran región por donde pasaban. Eran millones de insectos herbívoros que caían de repente sobre los campos de cultivo, sobre todo de los cereales como el mijo o el sorgo y que devoraban todo, no pudiéndose hacer nada para impedirlo. Esta plaga llegó a finales de noviembre de 1979, y gracias a Dios por esa fecha ya estaban los campos de mijo cosechado, pero arrasaron con todo lo que estaba verde. Lo único positivo de una plaga así era que la gente salía a cogerlas para luego freirlas y comerlas, aunque creo no eran muy digestivas pues si comían muchas les producía malestar de estómago y diarreas.
El texto del Éxodo dice lo siguiente: "La langosta invadió todo el país de Egipto, y se posó en todo el territorio egipcio, en cantidad tan grande como nunca había habido antes tal plaga de langosta ni la habría después. Cubrieron toda la superficie del país, hasta oscurecer la tierra; comieron toda la hierba del país y todos los frutos de los árboles que el granizo había dejado; no quedó nada verde ni en los árboles ni en las hierbas del campo en toda la tierra de Egipto." Ex.10,14-15.
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