lunes, 28 de abril de 2008

Teresa Acarregui, misionera seglar

Los primeros días de mi llegada a Yagoua, en el norte del Camerún, los pasé en el obispado. Allí residían el obispo, monseñor Luís Charpenet, el P. Colin que era el secretario, el P. Ignace párroco de Saint Paul, y Martina, misionera seglar al servicio de la diócesis. Tanto el obispo como la mayoría de los sacerdotes de la diócesis eran franceses, Oblatos de María Inmaculada.
Había un espiritano suizo, el P. Jean-Pierre Badet en Guemé, un espiritano belga, el hermano Theo Dilissen en Golompoui, y el P. Fernando Corazón español en Djougounta.
A la semana siguiente de mi llegada se presentaron en Yagoua el P. Fernando y Teresa y me llevaron a su misión para que conociera como era el trabajo misionero entre los Guiseys.
Teresa Acarregui, misionera seglar, comprometida con los espiritanos trabajaba en la misión como enfermera. En Djougounta estaba también una comunidad de espiritanas que se dedicaban a la enseñanza, animación rural y trabajos de pastoral.
Teresa había conseguido montar un pequeño dispensario, en un local de adobe y tierra batida, con los medios indispensables, y allí todas las mañanas las gentes del lugar y de varios kilómetros a la redonda hacían cola para ser atendidos en sus diversos males; sobre todo niños desnutridos, madres gestantes, enfermos de malaria o de paludismo que buscaban medicinas, heridos por peleas, o atacados por algún animal salvaje; sobre todo mordidos por serpientes, algunas de ellas mortales.
¡Cuántas vidas pudo salvar Teresa en aquel rudimentario dispensario! Hoy ya hombres y mujeres que trabajan y engrandecen el país y que tal vez ni siquiera saben que deben la vida a la generosidad y entrega de esta misionera vasca que dedicó años de su juventud a la misión.
En la foto vemos a Teresa Acarregui curando las heridas de un niño que se había quemado al caer en el fuego.

sábado, 19 de abril de 2008

Memorias de África




Esta fue mi primera fotografía en África, era el día 2 de septiembre de 1975. Había llegado en avión desde París a Yamena, la capital del Chad, y desde allí a Maroua en el norte del Camerún. Tenía que ir a Yagoua, a donde estaba destinado como misionero. El único medio era tomar el mini-bus que abarrotado de gentes del lugar y de mercancías unía Maroua con Yagoua. Un viaje a la aventura, sin conocer nada ni a nadie, en plena estación de lluvias. Subí al mini-bus con mis maletas, aunque el Señor dijo de no llevar alforjas, ni bastón, ni pan, ni dinero (Lc. 9,3), y a las dos horas de viaje, achicharrado de calor por ir como sardinas en lata, tuvimos que parar ante el río desbordado por las aguas de las lluvias de la noche anterior. Tenía que bajar el nivel del agua para poder pasar a la otra orilla y continuar nuestro camino hacia Yagoua. Saqué entonces mi máquina de fotos, con cierto reparo y casi miedo y ahí quedó grabada mi primera imagen fotográfica de África. Es en el momento que una persona a pie cruza el vado del río, concretamente el Mayo Bula, para detectar la fuerza del agua y su altura y poder pasar luego los vehículos que esperaban a ambas márgenes del río. No conocía nada de África y de los problemas que podían surgir en el viaje, de unos 150 Kms. que era la distancia entre Maroua y Yagoua, por la ruta de tierra de Mindif, pues la otra ruta más directa de unos 110 Kms. estaba cortada e intransitable por causa de las lluvias. Tuvimos que hacer más paradas por la misma causa. Los nativos estaban acostumbrados a esos viajes, a esas interminables esperas, que aprovechaban los musulmanes para sacar sus esteras y ponerse allí mismo a rezar mirando hacia la Meca. A mediodía llegamos a Lará, 5 horas de viaje para hacer tan solo 50 Kms. No aguantaba de sed, así que en esa nueva parada, pregunté donde se encontraba la misión católica, y muy amablemente me condujeron hasta allí. Un padre oblato francés me recibió como se hace siempre en las misiones y me atendió como a un auténtico peregrino, me dió de beber y me invitó a su mesa, y después me acompañó de nuevo hasta la parada del minibús. Yo había abandonado las maletas y bolsos de viaje que llevaba pero todo estaba en su sitio y nadie había tocado nada. Más tarde proseguimos el viaje; tuvimos más de un atasco en el barro, por lo que teníamos que descender y empujar todos juntos para poder salir del atolladero. Finalmente a la caida del sol llegamos a Yagoua, me condujeron al obispado y allí pude encontrarme con el obispo, Monseñor Luís Charpenet y otros misioneros que serían mis nuevos compañeros en la misión.