Cuando llegó la fiesta de la "vun tilla", del año nuevo Musey, me desplacé a la aldea de Dom Suluku, para conocer y participar de la fiesta, y también para celebrar la Eucaristía con los cristianos Museys bajo la sombra de un gran árbol, pues en dicha aldea no había capilla. Pero además quise ir a saludar a Mulna, el jefe tradicional de la tribu, y llevarle un poco de tabaco como regalo y reconocimiento de su autoridad.
Los jefes de tribu africanos tenían antiguamente gran autoridad sobre todos los miembros de la tribu; pero con la colonización europea y luego la independencia de los países africanos fueron desposeídos de sus poderes por la administración civil. De todas formas todavía tenían ciertas funciones tradicionales que seguían ejerciendo, tanto civiles, judiciales como religiosas. Protegían a los miembros de la tribu, eran mediadores en los conflictos, ejercían de jueces y a ellos se acudía en casos de disputas; también eran sacerdotes: eran los que sacrificaban los animales ofrecidos a los espíritus, los que celebraban el ritual y las oraciones a Dios. El jefe religioso era el primero que recogía los primeros frutos de la cosecha para ofrecérselos a Dios y el que hacía las libaciones de la cerveza de mijo en la"vun tilla". Nadie podía cosechar sus campos hasta que el jefe no lo hubiera hecho; como así mismo nadie sembraba hasta que el jefe tradicional hacía el ritual debido y se ponía a sembrar su campo. Es el que hacía las oraciones rituales antes de la caza del antílope, recibiendo parte de los animales abatidos, y el que antiguamente decidía sobre la guerra.
Mulna me recibió a la puerta de su casa y me ofreció sentarme en la estera a la sombra del cobertizo de paja. El jefe tradicional era ya de los pocos habitantes Museys que seguía vistiéndose con la piel de cabra curtida, que se ceñía a la cintura y que sólo cubría las nalgas, y no llevaba nada más sobre su cuerpo, a no ser algunos adornos como colgantes o pulseras. Por respeto a mí, el misionero blanco que iba a visitarle se cubrió con la misma piel de cabra la entrepierna. Me habló que los jóvenes ya no escuchaban sus consejos, ni continuaban con las tradiciones de sus antepasados, me agradeció el que hubiéramos venido de lejos para traerles la Palabra de Dios, y me pidió que diera buenos consejos a los jóvenes para conducirlos por el buen camino, y hacer de ellos buenas personas, honradas, trabajadoras y que respeten a sus mayores.
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