miércoles, 6 de agosto de 2008

La santa Unción

En los primeros meses de mi vida misionera acompañaba al P. Ignace, que era el párroco de Saint Paul, sobre todo en las visitas a las aldeas que todavía no conocía. Al llegar a la aldea que visitábamos la gente se reunía a nuestro alrededor, buscábamos la sombra de alguna acacia, u otro lugar adecuado, pues en casi ninguna de las aldeas existía una simple capilla, preguntábamos por la marcha de la comunidad, la formación de los catecúmenos, la asistencia a la catequesis y celebración dominical, la ayuda a los pobres y enfermos, los trabajos comunitarios, la educación de los niños y jóvenes, el trabajo de los catequistas y demás responsables de la comunidad, y después de nuestras orientaciones y palabras de ánimo para todos, celebrábamos la Eucaristía. También visitábamos a los enfermos para darles unas palabras de ánimo, algún calmante contra el dolor, comprimidos contra la malaria, y a veces teníamos que llevarlos en nuestro propio vehículo al hospital de la ciudad, a Yagoua.
Esa tarde de febrero nos acercamos a casa de Gabriel, un anciano enfermo en su lecho de dolor, una simple esterilla en el suelo, rodeado del cariño de sus familiares y vecinos, y allí en una hermosa celebración litúrgica, recibía el sacramento de la santa Unción, y el viático que lo preparaba para su último viaje hacia la eternidad.

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