jueves, 23 de abril de 2015

A las orillas del lago Fianga


Cuando iba a la misión de Djougoumta donde estaban Fernando y Teresa, y las misioneras espiritanas, me gustaba acercarme al caer la tarde a las orillas del lago Fianga o de Ardaf, pues la vista de las aguas rompía la monotonía de la sabana seca, y se respiraba un poco más de frescor. Además para intentar ver algún hipopótamo de los muchos que poblaban sus aguas. También a la caída de la tarde era el momento en que las mujeres con sus cántaros, calabazas o baldes se acercaban a buscar el agua para llevar a sus casas, y al mismo tiempo aprovechaban para tomar un baño, como así mismo lo hacían los críos jugando con el agua. Los pescadores en rudimentarias canoas fabricadas por ellos mismos, ahuecando el tronco de un árbol con el hacha a base de miles de golpes, se aventuraban a meterse en medio del lago, sorteando los hipopótamos, para lanzar sus redes y conseguir algunos peces con los que dar de comer a sus familias, o venderlos en los mercados de la región. 

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