La misión de Gobó estaba en medio del pueblo, un pueblo grande que crecía a simple vista debido al mercado comarcal que se realizaba los lunes, a las escuelas del gobierno, y sobre todo por el hospital de la misión católica que era atendido por las hermanas de la Caridad de Montreal y que atraía a la gente de sus aldeas y se trasladaban a vivir a Gobó.
En 1977 no existía en Gobó ni electricidad, ni teléfono, ni una calle asfaltada, ni agua corriente, ni mucho menos alcantarillado. Era un pueblo grande de zona rural. Yo llevaba ya un año viviendo allí en la misión, pero todavía no sabía hablar el musey. Pensé que lo mejor para aprenderlo era ir a vivir con una familia musey. Entonces un catequista de la aldea de Dom Tchandoung, François Diguina, me invitó a irme a vivir con su familia. Él vivía con su madre, ya de una cierta edad, y con su mujer de la que todavía no tenía hijos, pues hacía poco tiempo que se había casado. En sólo unos días construyó una casa para mí, dentro de su "saré", (como se puede apreciar en la fotografía, la choza de paja nueva), y a principios de la estación de lluvias dejé Gobó y me trasladé a la aldea de Dom Tchandoung a vivir una experiencia que recordaré toda mi vida.
Mi nueva casa estaba junto al pozo de la aldea, por lo que todo el día había allí mujeres y niños que iban a buscar el agua y tenía constantemente gente a mi alrededor que me dirigían unas palabras de saludo e intentaban iniciar una conversación. Ya nos lo había dicho años antes en nuestra formación un viejo misionero, que la mejor manera de aprender una lengua africana es hablar con los niños, son los mejores maestros, ellos no se cansan de repetir las frases, de corregirte la pronunciación o de reírse abiertamente cuando te equivocas.
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