lunes, 30 de junio de 2008

Navidad Massá



Por fin llegó la Navidad. Como decía en mi anterior blog, nada de mi alrededor me hacía ver que estábamos en Navidad. El clima era caliente, cerca de los 40º. No había la agobiante publicidad que nos lleva a consumir; ni regalos que hay que comprar; ni adornos navideños por las calles; ni el tío gordo vestido de rojo, ni músicas especiales, ni siquiera villancicos... Todo era diferente. Estaba en unas tierras africanas donde la mayoría de la población era pagana, y donde se notaba la influencia cada vez más del islam. Los cristianos eran una minoría en una iglesia de reciente creación y sin las tradiciones de otras iglesias centenarias. Sólo había cambiado esos días la liturgia propia del adviento dentro de la iglesia. Pero el día de Navidad, la iglesia de Saint Paul estaba a rebosar de cristianos y catecúmenos, e incluso de otros que no siendo cristianos sin embargo se unían ese día a sus amigos cristianos porque estaban de fiesta por el nacimiento del Niño Dios. Después de la solemne Misa a media mañana, todos nos reunimos junto a la iglesia, bajo los árboles para hacer una comida en común, distribuidos por pequeños grupos; por un lado los niños, por otro las mujeres, por otro los hombres. Todos comimos juntos la bola de mijo, mojada en salsa de pollo, pues ese día era un día de fiesta. Y luego la música, y la danza, la fiesta a lo largo de toda la tarde. Fue un ejemplo de comunión, de compartir todos juntos el alimento y la bebida, la danza y la fiesta. Era Navidad. Jesús nacía para hacernos a todos hermanos.
A final de año fuí de nuevo a la misión de Djougoumta, y allí en el suelo de cemento de la iglesia me encontré con ese precioso Belén que habían hecho los niños de la misión, simplemente con barro secado al sol, y unas pajas para hacer los chozos como ellos vivían. ¡Que cerca estaban ellos del verdadero nacimiento de Jesús! Jesús también nació para salvar a los Massás.

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